Juan J. Molina

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Juan J. Molina

miércoles, 28 de marzo de 2012

CONDICIONES MATERIALES Y FINES IDEALES, (Resumen XV Hayek)



¿Es justo o razonable que la mayoría de las voces, oponiéndose a la principal razón de ser del Estado, deban esclavizar a la minoría que quiera ser libre? Más justo es, sin duda, que, si resultase forzoso, los menos obliguen a los más a permanecer libres, lo cual no puede traerles daño, y no que los más, para satisfacción de su vileza, fuercen perniciosamente a los menos a ser sus compañeros de esclavitud. Los que no pretenden sino su propia y justa libertad tienen siempre el derecho a ganarla, cuando quiera que tengan poder, por numerosas que sean las voces que se les opongan.
John Milton

Lo que distingue a nuestra generación no es en modo alguno el desprecio del bienestar material o ni siquiera un menor deseo de él, sino, por el contrario, la negativa a reconocer cualquier obstáculo, cualquier conflicto con otros fines que pudiera impedir el logro de sus propios deseos. “Economofobia” sería una expresión correcta para describir esta actitud. El hombre ha llegado a odiar las fuerzas impersonales a las que en el pasado se sometió y a rebelarse contra ellas porque a menudo han frustrado sus esfuerzos individuales.
La negativa a someternos a fuerzas que ni entendemos ni podemos reconocer como decisiones conscientes de un ser inteligente es el producto de un incompleto y, por tanto, erróneo racionalismo. Es incompleto porque no acierta a comprender que la coordinación de los variados esfuerzos individuales en una sociedad compleja tiene que tener en cuenta hechos que ningún individuo puede dominar totalmente. Y no acierta a ver que, si no ha de ser destruida esta compleja sociedad, la única alternativa al sometimiento a las fuerzas impersonales y aparentemente irracionales del mercado es la sumisión a un poder igualmente irrefrenable y, por consiguiente, arbitraria, de otros hombres.
Tenemos que volver nuevamente al punto crucial: que la libertad individual no se puede conciliar con la supremacía de un solo objetivo al cual debe subordinarse completa y permanentemente la sociedad entera.
La política encaminada constantemente a lograr el máximo de ocupación alcanzable por medios monetarios lleva a la postre a la destrucción segura de sus mismos propósitos. Tiende a bajar la productividad del trabajo y, por consiguiente, incrementa constantemente la proporción de la población trabajadora que sólo por fines artificiales puede mantenerse ocupada a los salarios corrientes. Si bien es cierto, que lo único que una democracia moderna no soportará sin deshacerse es una reducción sustancial de los niveles de vida en la paz o, ni siquiera, un estancamiento prolongado de la economía.
Lo que nuestra generación corre el peligro de olvidar no es solo que la moral es necesariamente un fenómeno de la conducta individual, sino, además, que solo puede existir en la esfera en que el individuo es libre para decidir por sí y para sacrificar sus ventajas personales ante la observancia de la regla moral. Solo cuando somos responsables de nuestros propios intereses y libres para sacrificarlos tiene valor moral nuestra decisión. La responsabilidad, no frente a un superior, sino frente a la conciencia propia, el reconocimiento de un deber no exigido por coacción, la necesidad de decidir cuales, entre las cosas que uno valora, han de sacrificarse a otras y el aceptar las consecuencias de la decisión propia son la verdadera esencia de toda moral que merezca ese nombre.
¿Hay algún intelectual o político de izquierdas que se atreva a sugerir a las masas un sacrificio en sus aspiraciones materiales para favorecer una finalidad espiritual? ¿No se sigue enteramente el camino opuesto? ¿No son valores morales todas las cosas que cada vez con más frecuencia enseñamos a considerar como “ilusiones del siglo XIX”: libertad e independencia, sinceridad y honestidad intelectual, paz y democracia y respeto por el individuo qua hombre en lugar de verlo solamente como miembro de un grupo organizado? ¿Cuáles son los polos fijos que ahora se miran como sacrosantos, que ningún reformador osaría tocar, pues son considerados como las fronteras inmutables que han de respetarse en todo plan para el futuro? No son ya la libertad del individuo. Son los niveles de vida protegidos de este o aquel grupo, su “derecho” a excluir a otros de proveer al prójimo con lo que éste necesita. Todo esto indica con seguridad que nuestro sentido moral se ha embotado más que agudizado.

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